
La verdad es que es una suerte coincidir con una generación de tenistas que están haciendo historia en esto del tenis en España. Creo que os he contado ya más de una vez -ya se sabe que, con esto de ir cumpliendo años uno va repitiendo las batallitas de su anecdotario vital- como vivía yo, con ocho o nueve años, las finales de la Davis que España jugó allá por los años sesenta contra Australia. Entonces la final de la ensaladera se jugaba siempre en casa del anfitrión, Australia, y siempre en cancha de pasto. Por aquellos tiempos no había en España una sola cancha de pasto (creo que hoy sigue sin haberla, por cierto), no existía la televisión en color y lo del tenis era casi exclusivamente un asunto de cuatro señoritos elitististas que jugaban en clubs a los que casi nadie tenía acceso.
La aparición de Manolo Santana fue una auténtica revolución. Las eliminatorias de la Davis, jugadas normalmente en Barcelona, se convertían en retos de dimensión nacional. La España de Franco, aislada de la Europa unida que estaba empezando a construirse, políticamente despreciada por las democracias desarrolladas, acomplejada, atrasada e inculta, vibraba con un deporte que solo existía en esos momentos. Manolo Santana, recogepelotas de uno de esos clubs de señoritos, fue un auténtico milagro. No solo por hacer que el equipo llegase a dos finales, sino por hacer que miles y miles de chavales se animasen a agarrar una raqueta y por permitir que empezasen a aparecer canchas públicas asequibles a mucha gente.
Uno de esos chavales era yo y allí me teníais, levantándome a las tres de la madrugada para ver, en imágenes borrosas y con interferencias e interrupciones permanentes, como Santana era capaz de ganar en pasto a Rod Laver y a Roy Emerson (España perdió las dos finales, pero Santana ganó las dos veces al número uno australiano).
Todo ha cambiado en estos cuarenta años y el tenis en España ha cambiado más que todo. Los centros de alto rendimiento (CARs) reunen y preparan a los mejores jugadores del mundo. Las instalaciones públicas se multiplican por todos los rincones y hay cientos de miles de federados. Durante los últimos diez años, siempre ha habido un buen nímero de españoles entre los veinticinco mejores jugadores del mundo.
Nos hemos acostumbrado a ver a nuestros tenistas ganarlo todo como si fuera algo normal y vivimos en una nube en la que se encadenan en la élite jugador tras jugador.
Cuando, siendo niño, veía los partidos de la Davis (no retransmitían otros), había algo que me llamaba la atención. Era que, por duro que fuera el partido y por mucha tensión que en él hubiera habido (y el público español de entonces era de cuidado), al final, los jugadores se daban la mano y felicitaban al ganador. Pedían perdón si la bola daba en la red y les regalaba el punto, nunca le echaban la culpa al arbitro o a las marrullerías del contrario si perdían un partido y se enorgullecían de ser amigos unos de otros. Había algo de verdadero espíritu deportivo y educación que no veíamos ni en el fútbol, ni en casi ninguna actividad de nuestras vidas.
El tenis me ha acompañado toda la vida, me parece un deporte extraordinario y me sigue maravillando que esté al margen de la excusa fácil, de la trampa y del juego sucio. A pesar de la tecnificación, de la enormidad de dinero que se maneja, de la multitud de torneos y jugadores, sigue siendo un terreno en el que el fair play de los viejos tiempos se mantiene. Los mejores jugadores son un ejemplo para los niños, igual que lo eran hace cuarenta años. La rivalidad de los mejores (Nadal y Federer son el mejor ejemplo) sigue siendo limpia y construida en la admiración por el oponente y en el afán de superarle.
Ver como el equipo español es una piña de chavales jóvenes, amigos los unos de los otros, que consiguen llegar a lo más alto del deporte, es emocionante, pero más emocionante fue verles hace un año en Argentina, bailando y celebrando con el público (igual que los checos bailaban y celebraban ayer a pesar de su derrota).
Mis queridos amigos, gracias por la felicitación y por formar parte de ese mundo fantástico en el que pasamos tan buenos momentos, disfrutando cuando conseguimos superar al de enfrente y admirándolo cuando nos puede. !Pura vida!.
Texto de JuanC -- colocado por Kimiko